
No sé cómo hasta ahora no le había dedicado una entrada a Sonic the Hedgehog, el juego que me introdujo de lleno a la Mega Drive y que, seguramente, es una de las mascotas más reconocidas del mundo de los videojuegos, junto a Mario, Pac-Man, Link, Donkey Kong o incluso Mega Man. En mi caso, lo conocí gracias a un par de gemelos, amigos del colegio, que les habían comprado una Mega Drive. Donde vivía en aquel entonces era complicado encontrar gente con la consola de Sega; de hecho, no conocí a nadie más que la tuviese (a diferencia de la Master System II, que sí estaba un poco más extendida) pues Nintendo, con su NES y Super Nintendo, copaba prácticamente todo (y a todos). Yo ya estaba familiarizado con Sonic a través de revistas especializadas de la época gracias a sus VHS promocionales que llegaban de forma gratuita, pero jugarlo cara a cara fue otra cosa: una revelación. Con el paso de los años, la Mega Drive siempre fue una espinita clavada que nunca me pude quitar, aunque terminaría comprando su versión mini oficial de Sega en 2019 para poder revivir esas sensaciones nostálgicas de hace años.


Sonic the Hedgehog en 1991 no fue solo la llegada de un nuevo personaje; fue la respuesta de Sega a la hegemonía de Mario, un golpe sobre la mesa que redefiniría el rumbo de los 16 bits y catapultaría la Mega Drive al estrellato. La creación del erizo azul surgió como necesidad estratégica: Sega necesitaba un personaje capaz de demostrar de un solo vistazo la potencia de su hardware y la actitud de la compañía frente a Nintendo. Tras un concurso interno con diseños tan extravagantes como un conejo, un armadillo o incluso un personaje con bigote y sombrero (que terminaría reciclado como
Dr. Robotnik), se impuso el Sonic azul de
Naoto Ōshima, pensado para imprimir carácter a la marca Sega y transmitir velocidad y rebeldía.

El desarrollo arrancó en 1990 con un equipo reducido que luego se conocería como
Sonic Team.
Yuji Naka lideraba la programación con obsesión casi enfermiza por la velocidad. Introdujo el famoso “motor de curvas”, un algoritmo que permitía a Sonic deslizarse y girar por loopings, cuestas y rampas con una suavidad que ningún otro plataformas ofrecía en consolas domésticas.
Hirokazu Yasuhara, diseñador de niveles, creó entornos llenos de caminos alternativos, zonas de rebote y secretos que premiaban la memorización y la habilidad, de modo que cada partida podía ser distinta y siempre empujaba a ir más rápido.
El apartado sonoro era obra de Masato Nakamura, bajista de Dreams Come True, cuyas melodías de Green Hill Zone o Starlight Zone se convirtieron en himnos generacionales, con ese aire entre funky y pop japonés que aún hoy nos hace tararear la música al abrir un emulador o una Mega Drive Mini.

El impacto de Sonic en España y el mundo fue inmediato. La Mega Drive, vendida en su pack más icónico con el juego incluido, catapultó al erizo como un referente visual y jugable, capaz de atraer tanto a aficionados de los arcades como a nuevos jugadores atraídos por la velocidad y la estética desenfadada. La crítica española alababa la fluidez de los gráficos y la sensación de impulso frente a la precisión medida de Super Mario World. Revistas como
Hobby Consolas o Superjuegos comparaban su vibrante paleta de colores y música inolvidable con las grandes superproducciones de los arcades de Sega. Comercialmente, Sonic vendió cerca de 24 millones de copias en todo el mundo, de las cuales más de 15 millones correspondieron a Mega Drive, consolidando al juego y a la consola como un icono cultural y multimedia: cómics, series animadas e incluso películas décadas después.

Este juego está lleno de detalles técnicos y curiosidades. El cartucho era más ligero de lo habitual para acelerar los tiempos de carga, y su motor gráfico optimizado permitía física basada en aceleración y momentum, algo que hasta entonces solo se veía en arcades de Sega. Sonic no puede nadar (se hunde y termina por ahogarse) porque Yuji Naka pensaba que los erizos reales tampoco lo hacen; una anécdota casi absurda que se volvió canon. Los enemigos y mascotas secundarios, como el Caterkiller, provienen de los diseños iniciales desechados y cada fase contiene rutas alternativas y bugs útiles que los speedrunners explotan hoy para batir récords imposibles.

La primera demo de Sonic se presentó en secreto al CEO de Sega Japón, quien tras cinco minutos jugando decidió que sería la imagen de toda la compañía. Su color azul no fue casual: coincidía con el logo de Sega y destacaba en los CRT negros de la época, transmitiendo modernidad y velocidad. El diseño minimalista de la Mega Drive, en negro, también reflejaba esa misma actitud: rápida, elegante y urbana, al igual que su recién nacido héroe digital.
Curiosidades:
El jingle SEGA ocupa mucho espacio: El característico sonido “SEGA” inicial llega a ocupar hasta un octavo de la memoria total del cartucho original.
Glitch del jefe inmortal en Final Zone: Si golpeas a Robotnik en el momento justo durante el jefe final, su contador de resistencia se reinicia y se vuelve invencible o con cientos de vidas.
El error de traducción “Mr. Needlemouse”: El supuesto nombre clave era un malentendido de la traducción japonesa y nunca se usó realmente en el desarrollo, según Yuji Naka.
Sonic no puede nadar por un error: Sonic fue diseñado sin saber nadar porque los creadores pensaban incorrectamente que los erizos no podían hacerlo.
Para mí, Sonic no fue solo un juego: fue la introducción a la Mega Drive y a un mundo donde la velocidad, la música y la creatividad se unían en un cartucho diminuto. Recuerdo jugarlo en casa de aquellos gemelos, compitiendo por conseguir la mayor puntuación, explorando cada atajo y cada loop hasta el cansancio, maravillándome de la fluidez de los gráficos y la sensación de correr como nunca antes lo había hecho en un videojuego. Sonic fue un soplo de aire fresco frente a la hegemonía de Mario y los plataformas tradicionales, una experiencia que definió mi infancia y que, hoy, sigue teniendo la misma energía que aquella primera vez que encendí la consola. La primera entrega de Sonic no solo hizo despegar a la Mega Drive; fue un acto de osadía, innovación y carisma que marcó toda una era, dejando una huella imborrable en los videojuegos de plataformas y en la memoria de quienes crecimos persiguiendo cada giro y cada anillo.