En la Antigua Grecia, considerada la cuna de la civilización occidental, los hijos llevaban únicamente la sangre del padre. La mujer, en esta sociedad, sólo era el recipiente para transportarlo hasta el nacimiento del bebé no teniendo ningún derecho sobre su hijo tras su nacimiento. De hecho ninguna mujer era reconocida como ciudadana. Tras el nacimiento el bebé, éste tenía que ser presentado al padre de familia quien estaba en su mano reconocerlo y aceptarlo o no. Si lo rechazaba (ya sea por ser deforme, por ser niña o cualquier otro motivo que se le viniese a la mente) este recién nacido debía ser abandonado sobre un montón de estiércol donde estaría condenado a morir a no ser que lo salvase un comerciante de esclavos. En otras zona de Grecia, como por ejemplo Esparta, había también la costumbre de lanzar por un precipicio a aquellos bebés que fuesen considerado débiles como ha podido verse en películas como, por ejemplo, 300.
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