Se dice que un producto vale el precio que están dispuestos a pagar por el: el llamado ley de la oferta y la demanda. En un ejemplo práctico imaginemos que vamos a una tienda a comprar el último grito en tecnología, ese móvil que tanto deseábamos, ese gadget con el que queremos trastear y comprobamos horrorizados como vale el sueldo de medio mes. No pasa nada, es un capricho que nos lo podemos permitir, pero pasado tal vez unos días o unas semanas vemos como realmente el coste real de ese producto muchas veces es hasta un 300% inferior. ¿No están timando, nos estamos dejando llevar por una corriente de consumismo o nos están creando una necesidad que realmente no tenemos? Qué estamos realmente pagando por ese producto...
- Infraestructuras de la sede principal: todos los trabajadores de la compañía, desde el bedel que le abre la puerta a primera hora de la mañana a la persona encargada a la limpieza hasta el máximo mandatario cobra un salario que tiene que salir de algún lado.
- Departamento I+D (Investigación y Desarrollo): todo un electo de personal técnico y humano que ha sido necesario para crear esa maravilla que tienes en tus manos. Pero no solo el producto, sino TODO lo relacionado con el: desde los prototipos desechados hasta desde el sistema operativo, diseño hasta la caja final y un estudio de la distribución inicial que vemos al abrir el producto por primera vez. Todo perfectamente estudiado y calculado que ha costado una importante inversión.
- Infraestructuras de fabricación: dónde se encuentra desde personal necesario para crear ese nuevo gadget acabas de comprar (cada uno, lógicamente, cobrando su salario) hasta la maquinaria necesaria para su fabricación (cuyo coste y mantenimiento es necesario para un buen funcionamiento).
- Royalitis y licencias: una vez montado y ensamblado hay que hacer otros pagos y costes: hay otros muchos elementos por los cuales deben pagar royalities y licencias por cada unidad fabricada por distintos motivos legales.
- Publicidad: se necesita un estudio de mercado y tras ello publicistas que serán los encargados a dar a conocer ese producto al mundo mediante los anuncios. Cada anuncio en televisión, cada pancarta, cada mención cuesta un pequeño dinero que se espera sea bien invertido.
- Transportistas: sólo hace falta echar un vistazo cuando cuesta enviar un paquete en Correos.es para darnos cuenta lo que cuesta un envío que garantiza la mayor seguridad y mimo a un producto. Son el enlace necesario que encarga de servir de nexo de unión entre empresas e interesados.
- Tiendas: son negocios y, como tales, tienen que ganar un pequeño margen de ese producto que ponen en mano de los consumidores.
- Gobierno: se lleva un pellizco en nombre del Impuesto de Valor Añadido, conocido para los amigos como IVA. Dependiendo del producto que sea este porcentaje varía, pero en un gadget este porcentaje suele ser de un 18%.
- Otras entidades: entidades de sobra conocido por todos que pueden llevarse un porcentaje en concepto de copia digital por si acaso somos piratas.
Y una vez que tenemos el producto en las manos aun así ese precio que hemos pagado sigue siendo de necesario para los siguientes servicios...
- SAC: servicio de atención al cliente. Distintos operarios nos ayudarán bien telefónicamente o por Internet cualquier duda que tengamos. Los ordenadores, el mantenimiento, la red, los trabajadores, etc.
- SAT: servició técnico por si tenemos problemas al otro lado encontraremos gente especializada (o debería) en solucionarnos el problema en el menor tiempo posible para no sentirnos desamparados.
- Servidores: ya sea porque el producto necesita una conexión a Internet y se conecta a ciertos servidores para interactuar con ellos o bien los servidores de mantenimiento de la página web principal. Es un dinero necesario para mantener todo funcionando perfectamente las 24 horas al día así como todo el diseño, buen funcionamiento y sobre todo mantenimiento humano que tengan detrás para sufrir las mínimas caídas.
De esta forma no sólo estamos pagando por un producto, sino todo lo que ello engloba. Por eso la próxima vez que veamos que estamos soltando trescientos euros por un producto que realmente vale unos cien fabricarlo hay que pensar "porque". En conclusión, los consumidores finales solo somos el final del eslabón de una cadena que se inicia muchísimo antes.
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