Hace unas semanas escribía una entrada acerca de uno de los mitos que ha resurgido en Indonesia: los Pocong. En el día de hoy he decidido tocar algo que nos toca algo más de cerca en España, concretamente el 'Hombre del saco'. Se trata de un conocido personaje del folclore infantil español creado para auyentar a los niños, siendo utilizado como "argumento"
para asustarlos obligándolos a que vuelvan temprano a casa. Conocido en
otros lugares del mundo como 'El viejo del saco', 'El viejo del costal'
o incluso 'El viejo de la bolsa', no deja de ser el mismo perro con
distinto collar. Desde la antiguedad a este individuo se le suele
representar como una persona de avanzada edad que merodea ba sin ton ni
son por las calles -preferiblemente por callejones oscuras- en busca de
niños extraviados para llevárselos en su gran saco.
En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando empezaba a industrializarse la sociedad, se tenía la creencia que los ejes mecanizados necesitaban engrasarse -para ayudar a sus movimientos- con saín humano (precisando ser exclusivamente fresco y tierno), pues no servía el animal. Esto ocurría por el recelo de la sociedad a lo desconocido; desacreditando y criminalizando lo nuevo y extraño de la época. Cuentan las leyendas que para encontrar el saín se tomaba la costumbre de sacrificar niños desamparados que se encontraban por las calles, eso si, siempre por el bien de las necesidades industriales de la época. Para ello, a fin de procurarse 'voluntarios y voluntarias', hombres, con un saco al hombro, paseaban por las calles al caer la tarde bien cantando una tonadilla que atraía a los niños que la oían, con un teatro de marionetas o cualquier otro truco que llamase la atención a los infantes. Así, cual flautista de Hamelín, niños y niñas se acercaban atraídos y, en un descuido, eran raptados.
Con los niños en su poder y en un lugar tranquilo, los asesinaba retorciéndoles el pescuezo para luego entregárselos al desollador quien le pagaba un sustancioso precio. El desollador descuartizaba al infante para obtener el preciado producto industrial de su cuerpo.
En la actualidad hay constancia de que criminales han seguido un patrón parecido aumentando la leyenda más si cabe, haciendo que se mezcle realidad con la ficción del folclore español. El más destacable, en España, es el ocurrido en un pueblo de Almería -en Gádor- donde un hombre (barbero del pueblo) gravemente enfermo de tuberculosis buscaba una cura y que, tras acudir a una curandera, ésta le recomendó beber sangre de niños para apaliar su enfermedad.
En la segunda mitad del siglo XVIII, cuando empezaba a industrializarse la sociedad, se tenía la creencia que los ejes mecanizados necesitaban engrasarse -para ayudar a sus movimientos- con saín humano (precisando ser exclusivamente fresco y tierno), pues no servía el animal. Esto ocurría por el recelo de la sociedad a lo desconocido; desacreditando y criminalizando lo nuevo y extraño de la época. Cuentan las leyendas que para encontrar el saín se tomaba la costumbre de sacrificar niños desamparados que se encontraban por las calles, eso si, siempre por el bien de las necesidades industriales de la época. Para ello, a fin de procurarse 'voluntarios y voluntarias', hombres, con un saco al hombro, paseaban por las calles al caer la tarde bien cantando una tonadilla que atraía a los niños que la oían, con un teatro de marionetas o cualquier otro truco que llamase la atención a los infantes. Así, cual flautista de Hamelín, niños y niñas se acercaban atraídos y, en un descuido, eran raptados.
Con los niños en su poder y en un lugar tranquilo, los asesinaba retorciéndoles el pescuezo para luego entregárselos al desollador quien le pagaba un sustancioso precio. El desollador descuartizaba al infante para obtener el preciado producto industrial de su cuerpo.
En la actualidad hay constancia de que criminales han seguido un patrón parecido aumentando la leyenda más si cabe, haciendo que se mezcle realidad con la ficción del folclore español. El más destacable, en España, es el ocurrido en un pueblo de Almería -en Gádor- donde un hombre (barbero del pueblo) gravemente enfermo de tuberculosis buscaba una cura y que, tras acudir a una curandera, ésta le recomendó beber sangre de niños para apaliar su enfermedad.
0 comentarios:
Publicar un comentario