Fue el primer juego de la saga en incorporar diálogos con voces dobladas; y no solo eso, sino que llegó con un doblaje en castellano. Detrás del micrófono estuvo Antonio Fernández Muñoz dando voz a Guybrush Threepwood, acompañado de Chema Lapuente como LeChuck, Elsa Pinillos como Elaine y Juan Carlos Lozano como Murray. Todos ellos ofrecieron una interpretación más que digna, con matices cómicos y un ritmo natural que no era tan habitual en los videojuegos de los años 90. En un momento en que la mayoría de títulos llegaban solo con textos localizados y subtítulos algo descuidados, encontrarte con un juego de este calibre con doblaje completo en español era casi un lujo inesperado. Y aunque alguna broma original pudiera perderse en la traducción, lo compensaba el tono general: desenfadado, burlesco y coherente con el universo de Monkey Island. No fue un doblaje perfecto, pero sí uno que conectó con el público y ayudó a consolidar aún más la entrega como una aventura con carácter propio.
Curiosidades:
- Opción falsa de aceleración 3D: El menú de opciones incluye una función de "aceleración 3D" que en realidad no hace nada; al insistir, el juego responde con mensajes humorísticos. Es una broma interna de los desarrolladores y nunca afecta la jugabilidad.
- Reloj de Puerto Pollo sincronizado: La torre del reloj en Puerto Pollo muestra la hora real del sistema y reproduce el tema de LeChuck cada hora y media hora. Es un detalle oculto que pocos jugadores suelen notar.
- Easter egg de The Dig y las 32 repeticiones: Existe una referencia oculta al juego The Dig que solo aparece si repites una acción específica exactamente 32 veces seguidas. Es uno de los secretos más difíciles de descubrir y está pensado para los jugadores más persistentes.
- Si visitas a Pálido Domingo durante el mes de enero, te desea un feliz año nuevo. Esta interacción depende de la fecha del sistema y es tan específica que la mayoría nunca la ve.
Hoy, visto con perspectiva, La Maldición de Monkey Island sigue teniendo una identidad propia. No es mejor ni peor que los anteriores: es distinto. Más limpio, más dirigido, pero también más accesible y con un encanto visual que todavía aguanta el tipo. Fue el último juego de la saga en usar el motor SCUMM, el que cerraba una etapa y al mismo tiempo abría la puerta a una evolución que ya nunca sería igual.
Con el tiempo, La Maldición de Monkey Island se fue quedando en tierra de nadie. Para muchos, no era “el verdadero Monkey Island” por la ausencia de Ron Gilbert. Para otros, era demasiado clásico para competir con las aventuras modernas. Y sin embargo, ahí sigue. Sin hacer ruido, pero sin desaparecer nunca del todo. Quizá por eso, cuando lo recuperé años después, con su doblaje completo, sus cinemáticas intactas y la música sonando como debía, no sentí que estuviera volviendo a un juego viejo, sino reencontrándome con un lugar que ya conocía. Uno lleno de calaveras parlantes, puzles imposibles y ese humor raro que solo podía salir de LucasArts en los noventa.
No importa si llegaste a él desde el principio o, como me pasó a mí, te lo cruzaste casi por accidente a medio camino. La Maldición de Monkey Island es uno de esos juegos que, cuando conectan contigo, se quedan en algún rincón de la memoria. Y aunque no lo estuvieras buscando, cuando aparece, ya no se va.
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