Mi primera consola fue una
Atari 2600, un verdadero clásico que marcó una época. Aunque llegó tarde a España (hacia 1980, unos tres años después de su lanzamiento en Estados Unidos) y más de una década después terminó en mis manos gracias a un regalo de mis padres. No recuerdo con exactitud si fue por Navidad o por mi cumpleaños, pero sí que significó la entrada definitiva de los videojuegos en mi vida. Para entonces, el mundo de los videojuegos había avanzado enormemente. La
NES dominaba el mercado como la reina indiscutible, mientras que la
SNES, conocida como "
el cerebro de la bestia", empezaba a demostrar de lo que era capaz; pero sin embargo a casa llegó una Atari 2600. Fue una recomendación directa del dueño de una tienda de electrónica cercana. ¿Fue la mejor opción en términos de tecnología?
Probablemente no en ese momento, pero para mí fue como abrir una puerta a un universo lleno de posibilidades.
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La Atari 2600 no tuvo un camino fácil para hacerse un hueco en casa. Era la primera consola que entraba y, por tanto, una "novedad" que tenía que compartir espacio con el televisor familiar. Conectarla al televisor era toda una aventura. En aquella época no existía la comodidad de los
HDMI ni las conexiones sencillas. Esta consola se conectaba mediante un
modulador de RF, un pequeño adaptador que se unía en una metálica caja a la antena del televisor, conectar el modulador y luego sintonizar manualmente un canal vacío. Esto convertía algo tan simple como empezar a jugar en un ritual casi científico. Y a
esto se sumaba el temor de los padres de la época, que me imagino que era compartido: "las consolas estropean los televisores". Esto significaba que tras cada sesión de juego había que desconectar la consola y guardarla, lo que era una lata.A pesar de estas complicaciones, disfruté mi Atari como si fuera el dispositivo más moderno del mundo. Aún conservo la consola con su caja original, aunque está bastante deteriorada por los viajes constantes que hacía con ella a casa de mis abuelos. También conservo los mandos, esos icónicos joysticks que siempre me parecieron sorprendentemente frágiles aunque con paciencia y algunos intentos improvisados, aprendí a repararlos, aunque fuera de manera rudimentaria. Igual yo era demasiado bruto con ellos...
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De todos los juegos que disfruté en la Atari 2600, hay uno que destaca especialmente en mis recuerdos:
Grand Prix, desarrollado por
Activision y lanzado en 1982. Este título es un ejemplo perfecto de cómo se podían crear experiencias emocionantes con los recursos limitados de la época. Se trata de un juego de carreras contrarreloj donde no competías directamente contra otros rivales porque que los demás coches en la pista eran más bien obstáculos que debías esquivar para no perder velocidad. Cada colisión penalizaba gravemente el tiempo final, haciendo que cada maniobra precisa fuera crucial.
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Incluía cuatro circuitos inspirados en pistas reales de Fórmula 1:
Watkins Glen,
Brands Hatch,
Circuito de Bugatti y el legendario
Circuito de Mónaco. Sin embargo, los trazados no eran fieles a los originales; todos consistían en carreteras rectas con algunos puentes y obstáculos (como podrían ser manchas de aceite) que marcaban el progreso. Watkins Glen era el más corto y sencillo, mientras que Mónaco, el más largo.
Curiosidades:
Los colores vibrantes de los coches están basados en los esquemas de pintura utilizados por escuderías reales de
Fórmula 1 en los años 70, aunque adaptados a las limitaciones gráficas de la Atari 2600.
- Los árboles no eran solo decorativos pues servían como una referencia visual para medir la velocidad y anticipar maniobras.
- Cambios de nombre durante el desarrollo: Activision casi llamó al juego "Super Racer" o "Speed King" temiendo que "Grand Prix" fuera demasiado genérico para destacar en el mercado.
Si deseas conocer más sobre el juego Grand Prix de Atari 2600, puedes probarlo en línea a través de la web de Atari Online en el siguiente enlace.
Aunque hoy Grand Prix pueda parecer simple o incluso rudimentario, en su momento era un título que premiaba la precisión y la concentración. Si saliera hoy como un juego móvil probablemente se consideraría básico y poco atractivo para sesiones prolongadas; pero la nostalgia tiene un poder único. Grand Prix no era solo un juego, era una ventana a la imaginación y la diversión sin complicaciones donde la tecnología quedaba en segundo plano frente a la experiencia que ofrecía.
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