
De todos los juegos que vinieron con la promesa de
mundo abierto y
aventuras históricas,
Assassin’s Creed IV: Black Flag fue el que menos esperaba y, sin embargo, el que más me voló la cabeza. No era simplemente otro capítulo en la eterna guerra entre
asesinos y
templarios: era una carta de amor al
mar Caribe, a la
piratería romántica de las películas clásicas y a ese placer irresistible de gritar "¡al abordaje!" mientras hacías explotar un galeón español con cañones pesados. Desarrollado por
Ubisoft y lanzado en 2013,
Black Flag llegó en un momento raro: la fórmula
Assassin’s Creed ya mostraba signos de agotamiento, pero en vez de seguir cavando hacia abajo, se subieron a un barco… y zarparon hacia algo totalmente distinto. Yo no pensaba jugarlo al principio porque venía medio decepcionado con
Assassin’s Creed III, pues personalmente se me hizo un poco pesado (tras la genial
segunda entrega y, por mi parte, casi igualmente disfrutables expansiones); pero un amigo me insistió: “Tienes que jugar al de los
piratas”. Y así fue como terminé siendo
Edward Kenway, corsario, ladrón, asesino a medias y borracho a tiempo completo. Un tipo tan carismático como egoísta, cuya historia no era de redención heroica, sino de
codicia, errores y, de a poco,
humanidad.

Desde el primer momento en que tomás el timón del
Jackdaw, el juego te dice: "Esto no va de seguir una ruta, esto va de perderte"; y lo hacía perfectamente. Las islas, las tormentas, los arrecifes, los fuertes costeros... Todo estaba vivo. No era un mapa para descubrir icono tras icono (uno de los grandes males de los juegos de hoy en día), era un océano que querías explorar
porque sí… Porque ahí, en una cueva escondida, podía haber un
tesoro... o cualquier otro utensilio que te ayudase (o enriqueciese) en tu aventura.

Pero no todo era navegar. La jugabilidad combinaba lo mejor del parkour clásico de la saga con un sistema de combate naval que, sinceramente, es infinitamente mejor que muchos juegos de barcos dedicados (incluso lanzados recientemente como Skull & Bones, también de Ubisoft). Apuntabas, disparabas, cambiabas de munición en pleno tiroteo, embestías o abordabas. Y si bien el sistema de sigilo todavía era un poco tosco, por primera vez en mucho tiempo, Assassin’s Creed se sentía divertido solo por moverse y hacer cosas. Sin presión.

Es uno de esos juegos que me sorprendió de verdad en su época y uno de los pocos que he jugado varias veces en distintas plataformas de forma regular a lo largo de los años. Mi primer contacto fue en
Xbox 360 y ya entonces me pareció una maravilla técnica: el
mundo abierto del Caribe, el sistema de
combate naval y esa sensación de
libertad estaban increíblemente bien resueltos para una consola que, por aquel entonces, ya daba sus últimos coletazos. A pesar de ciertas caídas de
framerate y tiempos de carga algo largos, la experiencia seguía siendo absorbente. Más adelante pasé a
Wii U, una versión que muchos pasaron por alto por el fracaso de la consola de
Nintendo, pero que tenía su encanto. El uso del
GamePad para gestionar el mapa en tiempo real le daba una capa de comodidad muy particular; aunque gráficamente estaba más cerca de la versión de
Xbox 360 que de la
next-gen.

Luego llegó la versión de
PS4 y ahí fue cuando realmente
Black Flag despegó para mí: texturas más definidas, iluminación mejorada, un mar más vivo y esa mayor fluidez en los movimientos que hacía que abordar barcos fuera casi otra experiencia. Además, aproveché para jugar las expansiones, como
Grito de Libertad, que añadía una capa política y narrativa muy potente al conjunto. Y a día de hoy (si, en abril de 2025) lo estoy rejugando en
Xbox One Series X, más por
nostalgia que por necesidad, aunque tengo que admitir que se le notan los años. El juego no ha sido optimizado para esta plataforma, así que la resolución es baja y el
framerate se resiente en más de una ocasión, algo que desluce un poco la experiencia si vienes de jugarlo en una consola más potente. ¿Y qué pasará cuando lo termine nuevamente? Aún tengo mi copia de
Switch esperándome que, ya a las alturas a las que estamos, seguramente termine empezando en
Switch 2.
Curiosidades:
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En una de las secuencias de naufragio, si te asomas por la ventanilla correcta, puedes presenciar una escena única donde un calamar gigante (Kraken) arrastra al fondo del mar a una ballena blanca, un guiño a las leyendas marinas y a Moby Dick.
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Uno de los barcos cazapiratas del juego se llama “Thriller Bark”, en clara referencia al famoso navío del anime One Piece.
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En Nassau, el primer contrato de asesinato es contra un pirata llamado Mancomb Seepgood, un guiño directo al personaje que Guybrush Threepwood conoce en el Scumm Bar en The Secret of Monkey Island, un clásico de las aventuras gráficas.
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El logro “La muerte de un viajante” es una referencia literaria a la obra de Arthur Miller, pero lo más curioso es que es el único logro de la saga que homenajea directamente una obra de teatro contemporánea, y solo se desbloquea en una misión secundaria concreta.
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En los primeros prototipos, Edward Kenway iba a tener un loro acompañante, que se posaría en su hombro y daría pistas sobre tesoros cercanos. El sistema se descartó porque el loro se volvía molesto.
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El personaje Olivier Garneau, jefe de Abstergo Entertainment, desaparece misteriosamente en Black Flag. Su destino se revela en Watch Dogs, donde el protagonista Aiden Pearce lo asesina en una misión secundaria, cerrando una trama entre dos franquicias.
Antes de concluir, creo que debo dedicarle un poco de espacio a los rumores que han ido cobrando fuerza en torno a una posible remasterización o incluso remake de Assassin’s Creed IV: Black Flag. No es de extrañar: el juego ha envejecido con dignidad, pero no sin arrugas y muchos lo consideran uno de los mejores (si no el mejor) de toda la franquicia. Se ha mencionado que Ubisoft Singapore estaría detrás de este supuesto proyecto, lo cual tiene todo el sentido del mundo si recordamos que fueron ellos quienes llevaron gran parte del peso del sistema naval original.

Lo que se dice no es simplemente una mejora visual, sino una revisión más ambiciosa, adaptada a los estándares actuales tanto en lo técnico como en lo jugable. La idea resulta tentadora, sobre todo si se mantiene la esencia que hizo grande al original: esa sensación de libertad, de mundo vivo, de mar abierto lleno de secretos. Pero al mismo tiempo, hay cierto temor razonable a que se sobreproduzca, que se llene de capas innecesarias de monetización disfrazada de “contenido adicional”. Si van a devolvernos al Caribe, que lo hagan con respeto.
Aunque hoy Black Flag ya quedó medio tapado por la marea de entregas más modernas (Origins, Odyssey, Valhalla y el reciente Shadows), sigue siendo un hito en la saga. No tanto por su historia central, sino por el espíritu libre que logró transmitir. Es ese tipo de juego que no te pide que seas el héroe, sino que disfrutes el viaje.
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