martes, 13 de mayo de 2025

Daguerre: la calle vacía que cambió la Historia

En un mundo donde hoy se capturan millones de imágenes cada segundo y donde la figura humana aparece en cada rincón digital, resulta difícil imaginar que hubo un momento en la historia en el que ver a una persona en una fotografía era una novedad absoluta. Pero eso fue exactamente lo que ocurrió en los albores del siglo XIX, cuando la fotografía apenas empezaba a emerger como una tecnología experimental, más cercana a la alquimia que a la inmediatez que hoy damos por sentada. La imagen que marcó este punto de inflexión fue tomada en París, en una calle llamada Boulevard du Temple, alrededor de abril o mayo de 1838. Fue obra de Louis Daguerre, pionero de la técnica fotográfica que más tarde daría origen al término daguerrotipo, el método que él mismo desarrolló y que permitía fijar imágenes sobre una placa de cobre tratada con yodo y mercurio. Hasta entonces, nadie había logrado capturar la imagen de un ser humano de manera reconocible y permanente.


Lo que hace particularmente fascinante esta fotografía no es únicamente su valor técnico o su antigüedad, sino la forma en la que lo humano irrumpe en una técnica que hasta entonces solo había retratado paisajes, tejados y vistas estáticas. La imagen muestra una vista del Boulevard du Temple, una calle parisina que en la época era sinónimo de bullicio, actividad comercial y tránsito incesante. 

Sin embargo, en la fotografía, la calle aparece inquietantemente vacía.... Esa aparente contradicción se debe a una limitación fundamental de los primeros procesos fotográficos: el tiempo de exposición. Para que una imagen quedara impresa sobre la placa, era necesario que pasaran entre diez y quince minutos. Cualquier objeto que se moviera durante ese tiempo simplemente desaparecía del resultado final. Y sin embargo, en una esquina de la imagen, en la parte inferior izquierda, algo quedó registrado: un hombre, quieto, inclinado, recibiendo el servicio de un limpiabotas. Fue esta inmovilidad involuntaria la que lo convirtió, por azar, en la primera persona de la historia en ser fotografiada. El limpiabotas, parcialmente visible también, quedaría en consecuencia como la segunda persona (al ser parcial) jamás capturada por el ojo de una cámara.

El testimonio más detallado sobre este suceso proviene de Samuel Morse, el mismo inventor del telégrafo, quien visitó a Daguerre y quedó profundamente impresionado por el invento. En una carta al periódico Observer, Morse describía la escena con precisión y asombro:

“Los objetos móviles no quedan impresos en la imagen. El boulevard, que está continuamente lleno con un torbellino de peatones y de carruajes, aparecía perfectamente solitario, si exceptuamos a una persona que se hacía lustrar los zapatos. Sus pies estaban obligados, desde luego, a quedar estacionarios durante un rato: uno sobre la caja del limpiabotas, el otro sobre el suelo. En consecuencia, las botas y las piernas quedaron bien definidas, pero la persona aparece sin cuerpo ni cabeza porque se movían.”

Hay en este fragmento algo casi poético: un ser humano cuyo paso efímero por la historia se volvió eterno gracias a la casual quietud de sus piernas.

Pero como ocurre con todo hito, el daguerrotipo del Boulevard du Temple no surgió de la nada. Años antes, en 1826, Joseph Nicéphore Niépce había logrado capturar la que se considera la primera fotografía de la historia, conocida como Point de vue du Gras. Esa imagen, tomada desde la ventana de su casa en Saint-Loup-de-Varennes, requería nada menos que ocho horas de exposición. Ocho horas durante las cuales el mundo debía permanecer casi inmóvil. A diferencia de Daguerre, Niépce no pudo registrar figuras humanas, y su fotografía, aunque revolucionaria, parecía más una pintura deslavada que una captura del mundo real. Fue el avance técnico de Daguerre lo que hizo posible pasar de horas a minutos, y con ello, incluir lo humano en el campo visual de la fotografía. Esa reducción en los tiempos de exposición fue el verdadero cambio de paradigma, el que convirtió a la fotografía en una herramienta viable para el registro del presente.

Y ahí es donde estas imágenes tocan algo más profundo. Más allá de lo anecdótico, más allá de lo histórico; lo que se plantea es una cuestión filosófica fundamental: ¿puede la fotografía representar realmente la realidad? O como lo plantea el artista y teórico Joan Fontcuberta, ¿es la fotografía un acto de simulación más que de documentación? Fontcuberta sostiene que “es solo engañando como podemos alcanzar una cierta verdad” y esta imagen parece confirmar esa intuición. Vemos una calle vacía que en realidad estaba llena y vemos a un hombre sin cabeza que en realidad estaba quieto. Lo que se nos ofrece no es la verdad objetiva del momento, sino una interpretación técnica, parcial, azarosa y, sin embargo, profundamente significativa. 

El hecho de que no sepamos quién era ese hombre tampoco es trivial. No tiene nombre, no dejó rastro documental y sin embargo, su silueta forma parte de los anales de la historia visual de la humanidad. Por puro accidente, por encontrarse en el lugar correcto en el momento preciso (y, sobre todo, por mantenerse inmóvil) donde su figura quedó inmortalizada. Se convirtió en el primer ser humano fotografiado sin haberlo pedido ni sabido. Y en ese gesto sin pretensiones, en esa escena habitual de aquel entonces de limpieza de calzado, se inauguró todo un universo de representación humana que hoy incluye desde fotografías familiares hasta selfies en Marte.

El daguerrotipo del Boulevard du Temple es mucho más que una curiosidad del pasado. Es un símbolo de lo que significa vernos a nosotros mismos a través de una máquina. En él confluyen el azar técnico, la evolución científica, la poética de lo cotidiano y la reflexión ontológica sobre lo que significa ser visto y recordado. Con él se abrió un camino que cambiaría no solo la forma en que capturamos el mundo, sino también cómo lo entendemos y cómo nos proyectamos en él. Y aunque hoy tengamos cámaras en cada bolsillo, capaces de grabar hasta los poros de una piel en tiempo real, sigue siendo esa imagen borrosa de 1838 la que nos recuerda que todo comenzó con un hombre anónimo, un limpiabotas y quince minutos de inmovilidad compartida. ¿Qué otra tecnología puede presumir de haber comenzado así?