domingo, 4 de mayo de 2025

Juego 039: Pokémon GO para Android e iOS (2016)

Verano de 2016. Calor, vacaciones, Pokémon GO acababa de aterrizar... y el mundo, de repente, se convirtió en un tablero interactivo. Personas de todas las edades recorrían calles, parques y plazas como si siguieran un mapa invisible. Pero no lo era: lo veías en sus pantallas. Un Charmander paseando por la playa, un Jigglypuff encima de la barra del bar, un Vaporeon en medio del parking del ayuntamiento. Por un instante, el mundo real y el virtual se fusionaron, y todo el entorno cotidiano cobró una nueva dimensión. Lo curioso es que Pokémon nunca había sido “mi” saga. Algún cartucho suelto llegó a mis manos (el Amarillo de Game Boy, algún título de Game Boy Advance) pero nunca me atrapó como a otros. Jugaba un par de horas, lo dejaba y poco más. No era una franquicia que me dijese gran cosa. Así que cuando comenzaron a circular noticias sobre un próximo juego de Pokémon para móviles, mi reacción fue bastante escéptica: “otra moda pasajera”, pensé, “otro intento de ordeñar la nostalgia”. Pero algo me picó la curiosidad. Y como suele pasar, bastó con probarlo una vez.

Pokémon GO, para quien no lo conozca (aunque ya sería raro), es un juego de realidad aumentada en el que el mundo real es tu campo de juego. Caminas físicamente por tu ciudad para encontrar Pokémon, girar Poképaradas (spin stops), enfrentarte a gimnasios, o participar en incursiones. Utiliza el GPS de tu dispositivo para superponer elementos del juego sobre el entorno real. Cada paseo puede ser una aventura; cada esquina, un evento. Es un título que premia el movimiento, la constancia y, en sus mejores años, la interacción social.

En mi zona, al principio, apenas éramos unos cuantos exploradores digitales desperdigados. Coincidió con una época en la que no trabajaba, así que le dediqué más tiempo del habitual. Caminaba más, visitaba rincones a los que no había vuelto en años. Y lo mejor: empecé a coincidir con gente. Al principio tímidamente, con saludos breves, luego con charlas más largas. Viejos conocidos del colegio y caras nuevas que se volvieron familiares. El juego, sin proponérselo, servía como excusa para recuperar amistades perdidas y forjar otras nuevas. Lo que comenzó como una anécdota se convirtió rápidamente en fenómeno. En pocas semanas, Pokémon GO congregaba a cientos de personas en lugares donde habitualmente no pasaba nada. Grupos de WhatsApp y Telegram estallaron en actividad: se compartían ubicaciones, consejos, cebos, horarios de incursiones. Hoy hay apps especializadas para eso, pero entonces todo era más rudimentario… y tal vez por eso, más auténtico.

Con el tiempo, como pasa con todo, fui dejándolo. No porque el juego me cansara, sino porque la vida tiró por otros caminos. Pero reconozco que en estas últimas semanas, aprovechando unas tardes libres y el buen tiempo, volví a abrir la aplicación mientras daba un paseo... Aunque el panorama, claro, ya no es el mismo.

Pokémon GO ha cambiado muchísimo: más contenido, más sistemas, más eventos. También más micropagos, a veces con demasiada insistencia. Hay momentos en los que se nota que el diseño empuja sutilmente (o no tanto) a pasar por caja. Aun así, sigue siendo posible disfrutar sin pagar… aunque el equilibrio ya no es lo que era. Y lo más evidente: la calle está vacía. Esa efervescencia social que lo convirtió en fenómeno ha desaparecido. Antes, cualquier paseo por una ciudad en un Día de la Comunidad significaba cruzarte con decenas y decenas de personas jugando. Hoy, con suerte, te cruzas con una o dos; y eso, si hay evento.

El que en su día fue un juego social por excelencia ahora es un juego más bien solitario. Para quienes no lo recuerden o sepan, los Días de la Comunidad son eventos mensuales que presentan a un Pokémon destacado durante unas pocas horas, con tasas de aparición mucho mayores y movimientos exclusivos. En su momento eran auténticas fiestas: quedadas, risas, carreras para capturar, grupos que compartían cebos y power banks. Hoy, muchos de esos días pasan desapercibidos.

El impacto de Pokémon GO fue tal que incluso se ramificó hacia otras plataformas. En 2018, llegó a Nintendo Switch Pokémon: Let's Go, Pikachu! y Let's Go, Eevee!, dos títulos que funcionaban a medio camino entre remake de Pokémon Amarillo y extensión del universo GO. Heredaban su estilo visual más accesible y simplificado, y permitían conectar directamente con la app móvil para transferir criaturas capturadas en el mundo real al juego de consola. Fue una jugada inteligente: por un lado, acercaba a nuevos jugadores al formato clásico de RPG ; por otro, ofrecía una experiencia más relajada y familiar para quienes llegaban desde el fenómeno móvil. En mi caso, me hice con la edición de Pikachu, pensando que esta vez sí conseguiría engancharme a la saga principal, aprovechando el impulso que me había dado Pokémon GO. Pero, como ya me había pasado antes con los juegos clásicos, lo dejé a las pocas horas. No era el juego; simplemente, Pokémon, como RPG tradicional, seguía sin ser lo mío. Aun así, fue una prueba más del alcance de GO, capaz de reavivar el interés por una saga incluso entre quienes nunca conectamos del todo con ella.

También, como era de esperar, el éxito de Pokémon GO inspiró a otros. Hubo una fiebre de clones de realidad aumentada, cada uno con su propuesta particular. Harry Potter: Wizards Unite, también de Niantic, intentó repetir la fórmula con hechizos y magia. No duró: cerró en 2022 tras menos de tres años. Jurassic World Alive, con dinosaurios; The Walking Dead: Our World; incluso Minecraft Earth, con bloques en la vida real. Todos intentaron subirse al tren. Casi todos descarrilaron. Hoy apenas sobreviven un puñado, como Monster Hunter Now, pero ninguno ha replicado ese fenómeno masivo que fue Pokémon GO en 2016. La mayoría no supieron equilibrar lo físico y lo digital, o no ofrecieron una comunidad sólida detrás. Otros simplemente llegaron tarde. Porque a veces, no basta con copiar una idea: hay que estar en el momento exacto.

Uno de los aspectos menos comentados, pero no menos relevantes, de Pokémon GO tiene que ver con la enorme cantidad de datos que genera. Cada paseo, cada captura, cada foto en modo RA, cada incursión… todo queda registrado. Niantic, la empresa detrás del juego, ha utilizado toda esa información para algo más que mejorar la experiencia jugable: ha estado entrenando lo que llaman un Gran Modelo Geoespacial (LGM), una inteligencia artificial diseñada para entender el mundo físico con un alto nivel de precisión. Gracias a los datos de millones de jugadores, Niantic ha podido construir mapas 3D de alta fidelidad. Aunque oficialmente se habla de mejorar los entornos de realidad aumentada, esta tecnología tiene aplicaciones potenciales en campos tan sensibles como la vigilancia, la logística o incluso el desarrollo de vehículos autónomos. El juego ha sido también una gigantesca operación de mapeo colaborativo, muchas veces sin que el jugador fuera del todo consciente. Como se suele decir: “si algo es gratis, tú eres el producto”.

Curiosidades:

  • El concepto de Pokémon GO nació como una broma del Día de los Inocentes de Google Maps en 2013, donde los usuarios podían buscar Pokémon en el mapa.

  • Se basa en la infraestructura de Ingress, otro juego de Niantic que ayudó a mapear Poképaradas y gimnasios.

  • Su lanzamiento fue tan caótico como exitoso: servidores colapsados, errores constantes... y aun así, una fiebre mundial.

  • En Japón, eventos oficiales llegaron a congregar a más de un millón de personas en un solo día.

  • La mecánica de eclosionar huevos motivó incluso estudios científicos sobre el aumento de actividad física.

  • Recaudó más de 200 millones de dólares en su primer mes. Hoy sigue generando cifras millonarias.

Pokémon GO no fue el mejor juego del mundo, ni falta que le hizo. Porque su valor no estaba en sus gráficos o en su mecánica, sino en la forma en la que conectó a la gente con su entorno... y entre sí. Convirtió cada calle en una ruta, cada esquina en una aventura y a cada desconocido en un posible compañero de equipo.