lunes, 9 de junio de 2025

Juego 042: The Stanley Parable para PC (2013)

No recuerdo exactamente cómo llegué a The Stanley Parable. Tal vez fue por un foro o por alguna recomendación perdida entre artículos de “juegos raros que deberías probar antes de morir”. Lo único que sé es que cuando lo instalé y empecé a jugar, duró cinco minutos antes de que parara en seco, me recostara hacia atrás en la silla y dijera en voz alta: “¿Pero qué es esta locura?”. No era tanto un juego como una especie de espejo digital que te seguía con la mirada y te preguntaba, una y otra vez, “¿por qué hiciste eso?”. Era 2013 y yo venía de una racha de shooters clónicos, mundos abiertos que no me decían nada y juegos de rol donde cada elección “importante” acababa teniendo el mismo resultado con un color diferente. Entonces apareció Stanley, un oficinista genérico que empieza su jornada como cualquier otra... hasta que descubre que está solo. Y, claro, ahí empieza todo. Porque la gracia no está en lo que haces, sino en lo que decide hacer el narrador con lo que haces. Un narrador que te sigue, te juzga, te desafía, y a veces hasta se decepciona contigo; como un padre en una obra de Beckett.

Mi primera reacción al ir contra las instrucciones fue instintiva: el narrador dijo “Stanley tomó la puerta de la izquierda”, y me fui por la derecha, solo por curiosidad. 

No fue una rebelión consciente, sino más bien un acto reflejo, casi infantil. Pero fue ahí cuando el juego me atrapó del todo: no era un juego sobre elecciones, sino sobre la ilusión de tenerlas. Era sobre ti como jugador, sobre tu impulso de romper las reglas... o seguirlas. En el fondo, era una crítica metanarrativa, disfrazada de comedia británica con ecos kafkianos.

¿Cómo te hace sentir saber que todo lo que hagas ya estaba planeado? ¿Y si romper el sistema… también estaba previsto? Y justo cuando pensabas que lo habías visto todo, volvías a empezar. Porque The Stanley Parable no es un juego de completar, sino de explorar. Cada rincón es una pregunta abierta. Cada final, una posibilidad absurda o brillante. Nunca olvidaré el de la “broom closet”, o aquel en el que simplemente cierras la puerta de tu oficina y decides no salir jamás. Es un juego que, más que ofrecer respuestas, te lanza incógnitas como quien reparte cartas marcadas. Y tú, como idiota feliz, las recoges todas.

Lo que quizá muchos no saben es que The Stanley Parable nació como un mod gratuito de Half-Life 2 creado por Davey Wreden en 2011, cuando tenía apenas 22 años. Recién graduado y frustrado con la dirección que tomaban muchos videojuegos comerciales, Wreden decidió experimentar con una narrativa que rompiera con las convenciones tradicionales del medio. Sin apenas conocimientos de programación, diseñó una experiencia breve, surrealista y profundamente autorreflexiva que pronto empezó a circular en foros como ModDB y Reddit, convirtiéndose en un pequeño fenómeno de culto. Su propuesta era sencilla pero poderosa: ¿y si el videojuego te hablara directamente, te cuestionara, te siguiera el juego… o te lo arruinara?

Ese éxito inesperado no solo catapultó su nombre, sino que le permitió fundar el estudio Galactic Cafe y unirse al diseñador británico William Pugh, quien introdujo una estética más pulida, un diseño más ambicioso y nuevas rutas narrativas. Juntos, desarrollaron una versión independiente y comercial de The Stanley Parable, que se lanzó en 2013 y terminó de consagrar al juego como una de las obras más innovadoras y discutidas del panorama indie. No era solo una reedición del mod original: era su expansión filosófica, técnica y estética.

Uno de los elementos más celebrados de esa versión fue, sin duda, la voz del narrador, interpretada por Kevan Brighting. Su tono imperturbable, mezcla de humor británico seco y existencialismo de oficina, se convirtió en una parte fundamental del juego. Brighting no solo narra: actúa como antagonista, guía, crítico, confidente y burlón espectador, todo a la vez. Su presencia es tan constante como impredecible. Puede felicitarte con calidez o humillarte sin piedad. A veces suena como un dios molesto; otras, como un guionista desesperado ante tu desobediencia. Es esa relación tensa y cambiante entre jugador y narrador la que le da a The Stanley Parable su profundidad emocional y su capacidad de sorpresa constante. La voz, en este caso, no es solo una herramienta narrativa: es la encarnación del sistema mismo, del juego observándose a sí mismo y preguntándose si lo que hace tiene sentido. Una elección estética que, en retrospectiva, anticipaba muchas de las preocupaciones actuales sobre la relación entre el jugador, la máquina y la historia.

Fue un juego pionero, no solo por su estructura de narrativa ramificada y múltiples finales, sino por cómo rompía la cuarta pared y se dirigía directamente al jugador, cuestionando su papel, su agencia, sus decisiones. De hecho, The Stanley Parable ha sido estudiado en ámbitos académicos por su enfoque filosófico a temas como el libre albedrío, la obediencia, y la naturaleza misma de los videojuegos. Incluso hay quien sugiere que el nombre Stanley es un guiño al psicólogo Stanley Milgram, aunque esto nunca ha sido confirmado oficialmente.

Su recepción crítica fue tan peculiar como el propio juego. Medios como Polygon, IGN y Eurogamer lo elogiaron por su originalidad narrativa y su enfoque meta. Algunos lo tildaron de genialidad lúdica; otros, de parodia jugable. Se convirtió rápidamente en un título de culto, a menudo mencionado en ensayos, listas de imprescindibles y discusiones sobre lo que los videojuegos pueden ser cuando se atreven a experimentar.

En 2022, cuando ya muchos lo daban por una joya intocable del indie, volvió con fuerza con The Stanley Parable: Ultra Deluxe. Pero no fue un regreso fácil. Aunque anunciado para 2019, la versión se retrasó repetidamente debido a la ambición del proyecto y, posteriormente, a los efectos de la pandemia de COVID-19. El estudio Crows Crows Crows, fundado por William Pugh, se enfrentó al reto de no solo adaptar el juego a consolas modernas, sino de expandirlo sin traicionar su esencia.

Y así fue como, diez años después de mi primer encuentro con Stanley, regresé a ese universo. Esta vez, desde una XBOX Series. Fue una experiencia extraña y poderosa. Normalmente, como he comentado otras veces en el blog, prefiero el formato físico: el disco, la caja, algo tangible que colocar en una estantería. Pero aquí no hubo opción. Ultra Deluxe llegó a XBOX únicamente en formato digital, y lo descargué con cierta resistencia. Aun así, algo me empujaba a volver. Y no me equivoqué. La versión de consola estaba cuidadosamente adaptada: control intuitivo, tiempos de carga breves, rendimiento sólido. No era un simple port, sino una relectura interactiva. Un reencuentro con viejas bromas que ahora venían acompañadas de nuevos niveles, nuevas rutas y un narrador más consciente que nunca de su propia fama. Y a falta de una edición física en XBOX, terminé haciéndome más adelante con su versión para Nintendo Switch, que sí contaba con una tirada física, al igual que la edición para PS5. Y lo cierto es que ver The Stanley Parable en una caja, por fin, fue casi tan satisfactorio como desobedecerle otra vez.

Curiosidades del juego:

  • Fue parcialmente financiado a través de Kickstarter y ha ganado múltiples premios por su innovación narrativa.

  • Su diseño fomenta las múltiples partidas: cada run puede descubrir un final o detalle nuevo, y hay secretos tan extraños como la posibilidad de ver una figura humana en el pasillo junto a la puerta 425 tras reiniciar la partida, un evento casi mítico entre los fans.

  • El nombre “Stanley” podría ser una referencia al psicólogo Stanley Milgram, famoso por su experimento sobre la obediencia a la autoridad. El juego explora temas similares sobre seguir órdenes y la ilusión de libre albedrío, aunque esto es una interpretación sugerida por algunos críticos y no confirmada oficialmente.

  • Kevan Brighting, la icónica voz del narrador, fue elegido tras una audición abierta. Grabó todo el guion en una sola sesión, lo que aportó ese tono espontáneo y ligeramente errático que define al personaje. Su humor, una mezcla de ironía británica y existencialismo, es una de sus marcas más reconocidas.

En un medio obsesionado con darte poder, con convertirte en el protagonista de epopeyas imposibles, The Stanley Parable te despoja de todo eso. Te mira fijamente y te pregunta: “¿Por qué haces lo que haces?”. No busca finales épicos ni respuestas claras. Solo te coloca frente a un espejo —uno distorsionado, absurdo y lleno de sarcasmo— y espera a que tomes decisiones. Que repitas. Que falles. Y en ese ciclo, uno encuentra algo más honesto, más real, que en muchas campañas de cien horas. Algo pequeño, sí; pero profundamente sincero. Algo que, como Stanley, se queda contigo.