lunes, 14 de julio de 2025

Lo que se esconde detrás de lo que decimos

Hay algo fascinante en las expresiones populares españolas: las usamos a diario, forman parte de nuestra personalidad lingüística, pero rara vez nos detenemos a pensar de dónde salen o dónde se han originado; es como si lleváramos puesta una chaqueta heredada de nuestros abuelos sin preguntarnos nunca quién la cosió o por qué tiene esos botones tan raros. La mayoría de estas frases provienen del Siglo de Oro español o de épocas anteriores como la Edad Media y cada una esconde una pequeña cápsula del tiempo que nos conecta con momentos históricos, personajes curiosos y costumbres que ya no existen porque detrás de cada "meter la pata" hay una historia que contar

Las Desventuras de Meter la Pata

Empecemos por una de las expresiones más universales: “meter la pata”. Aunque parezca mentira, esta frase tan común tiene al menos tres posibles orígenes, y ninguno está directamente relacionado con lo que solemos imaginar.

La teoría más aceptada nos lleva al mundo de la caza, donde los animales literalmente metían la pata en las trampas y quedaban atrapados. La imagen es clara: un paso en falso y ya estás en un buen lío, que es exactamente lo que nos ocurre cuando cometemos una torpeza.

Sin embargo, hay una segunda versión, mucho más curiosa, que conecta con nuestras tradiciones religiosas. En muchas localidades españolas se usaba la palabra “Pateta” para referirse al diablo, y existía la expresión “mentar a Pateta” (es decir, nombrar al diablo). Con el tiempo, mentar se transformó en meter y Pateta en pata, dando lugar a una interpretación más simbólica: cuando metemos la pata, en realidad es el mismo diablo quien se inmiscuye en nuestros asuntos. Es una explicación que tiene su encanto, porque convierte cada metedura de pata en una pequeña travesura infernal.

La tercera teoría es quizás la más doméstica y pintoresca. Nos transporta a los dormitorios de épocas pasadas, cuando no existían cuartos de baño en las casas y era habitual dormir con un orinal junto a la cama. Durante la noche, se usaban estos recipientes para evitar salir al exterior.

El problema llegaba por la mañana —o incluso durante la noche—: si no tenías cuidado al levantarte, literalmente podías meter el pie (la pata) en el orinal, con todas las consecuencias desagradables que eso implicaba. Esta versión explicaría por qué Benito Pérez Galdós, en sus escritos del siglo XIX, definía la expresión como “grosera pero gráfica”.

Por las Ramas del Lenguaje

"Irse por las ramas" es otra de esas expresiones que utilizamos constantemente sin pensar en su origen visual. La metáfora es bastante obvia cuando la piensas: imagínate a alguien que, en lugar de bajar directamente de un árbol, va saltando de rama en rama, perdiendo tiempo y desviándose del camino más directo. Es la imagen perfecta de lo que hacemos cuando evitamos ir al grano en una conversación, cuando damos mil rodeos antes de llegar al punto que realmente importa.

El Retiro de los Reyes

La expresión "estar en Babia" tiene una de las historias más encantadoras porque nos lleva directamente a una comarca leonesa real. Babia es esa región de verdes praderas que históricamente servía como lugar de retiro y descanso para los reyes leoneses durante la Edad Media. Cuando los monarcas se ausentaban de sus responsabilidades y estaban en Babia, se encontraban relajados y alejados de las preocupaciones de la corte. De ahí que cuando alguien está "en Babia", lo percibimos como distraído o abstraído, ajeno a lo que sucede a su alrededor.

También existe una versión alternativa relacionada con los pastores trashumantes que alquilaban los pastos de Babia. Después de pasar largas temporadas en esa comarca y volver a su tierra natal, se mostraban más despistados de lo habitual, lo que dio pie a que se comenzara a utilizar la expresión para llamar la atención a alguien que parecía estar en otro mundo.

Las Calabazas del Desamor

"Dar calabazas" es probablemente una de las expresiones más antiguas de nuestra lista, con raíces que se remontan a la antigua Grecia. La clave está en una creencia muy extendida: se pensaba que comer calabaza contribuía a eliminar el deseo sexual, funcionando como un anafrodisíaco natural. Esta creencia continuó durante la Edad Media, llegando al extremo de que en los conventos se empleaban rosarios hechos con pepitas de calabaza para alejar los pensamientos pecaminosos de frailes y monjas. Incluso mascaban estas pepitas como apoyo para cumplir el voto de castidad.

Con el tiempo, dar calabazas se convirtió en la forma elegante de decirle a alguien que su amor no era correspondido, como si literalmente le estuvieras ofreciendo el antídoto contra la pasión.

Una Borrachera Histórica

Aquí tenemos una de las historias más divertidas y específicamente española. La expresión "tirar la casa por la ventana" tiene su origen en el Níjar del siglo XVIII, concretamente durante las celebraciones por la coronación del rey Carlos III el 13 de septiembre de 1759. Los festejos fueron tan épicos que se consumieron 77 arrobas de vino y cuatro pellejos de aguardiente. La euforia alcohólica llevó a los nijareños a tomar decisiones que pasarían a la historia: se dirigieron al pósito y arrojaron por las ventanas todo el trigo que contenía, por valor de 900 reales. No contentos con eso, hicieron lo mismo con el dinero y las reservas del estanco de tabaco, y finalmente derramaron por las calles todas las reservas de las tiendas. Literalmente, tiraron sus casas por las ventanas.

A Buenas Horas, Mangas Verdes

Esta expresión nos lleva a uno de los cuerpos de seguridad más curiosos de la historia española: la Santa Hermandad. Los cuadrilleros de este cuerpo armado, encargados de perseguir malhechores, vestían uniformes caracterizados por el color verde de las mangas. En sus inicios prestaron servicios destacados, pero con el tiempo se relajó su disciplina hasta el punto de que llegaron a tener fama de no comparecer nunca a tiempo donde eran requeridos. De ahí surgió la frase "¡A buenas horas, mangas verdes!" para reprochar a todo lo que llega a destiempo.


Lo que más me llama la atención de estas expresiones es cómo cada una funciona como una pequeña máquina del tiempo. Cuando decimos "estar en Babia", estamos invocando los veranos de los reyes leoneses en sus praderas favoritas. Cuando "metemos la pata", quizás estamos perpetuando la memoria de antiguos cazadores o incluso conjurando al mismísimo Pateta. Y cuando alguien "tira la casa por la ventana", estamos recordando una borrachera épica de hace más de 250 años en un pueblo almeriense.

Estas expresiones idiomáticas son mucho más que simples formas de hablar: son fragmentos de nuestra historia colectiva que se han mantenido vivos a través de generaciones. Son la prueba de que el idioma español no es solo un sistema de comunicación, sino un museo viviente donde cada frase guarda la memoria de épocas, costumbres y personajes que de otra forma habrían caído en el olvido. Son frases que usamos sin pensarlo mucho, pero que llevan dentro una historia, o varias porque el idioma está lleno de estos rastros: como huellas en un camino viejo, nos dicen por dónde pasó la gente antes que nosotros. Y aunque ya no recordemos los detalles, algo de todo eso sigue vivo cada vez que hablamos.