Cuando
Akira Toriyama concluyó
Dragon Ball en 1995, dejó un vacío que los fans chinos llenaron con ingenio y pasión. Mientras el mundo debatía sobre
Dragon Ball GT, en China surgió una continuación alternativa que, durante años, operó en un limbo entre lo oficial y lo apócrifo:
Dragon Ball Zeroverse. Esta curiosa obra no solo refleja la devoción por la saga, sino también la creatividad de una comunidad que se saltó las barreras de la distribución legal para crear su propio canon. Aunque
Dragon Ball bebe de la mitología china —desde
Viaje al Oeste hasta los uniformes de monjes budistas—, su llegada oficial a China se retrasó hasta 2005. Sin embargo, desde finales de los 80, copias piratas inundaron el mercado, creando una base de fans ávida de contenido. Este fenómeno de distribución ilegal allanó el camino para que, en 1996, la editorial
Tibet People's Publishing House lanzara
Zeroverse como "secuela oficial" local, ignorando por completo el estatus no canónico de
Dragon Ball GT.
Ambientada tres años después del final de Dragon Ball Z, la historia se desarrolla en un universo paralelo con reglas propias:
Babidi resurge para controlar mentalmente a Uub y desatar el caos.
Goku pierde temporalmente sus poderes, obligando a otros personajes como Vegeta y Gohan a tomar protagonismo.
Se introduce a la Fuerza Jatai, villanos interdimensionales que buscan revivir a un enemigo ancestral usando las Dragon Balls.
Revelaciones sobre los saiyans: su fuerza original superaría con creces la de Vegeta y Goku, cuestionando la jerarquía establecida.

A diferencia de la obra de Toriyama, aquí predominan los power-ups emocionales, las batallas interminables y los giros argumentales forzados, típicos de los fanmangas. El equipo creativo —nunca identificado públicamente— intentó emular el estilo de Toriyama, pero con resultados desiguales. Si bien algunos diseños de personajes icónicos como Vegeta y Piccolo son bastante fieles y las escenas de transformación están acertadas con cierto nivel de detalle, el dibujo presenta inconsistencias notables. Las secuencias de lucha tienden a ser caóticas y desordenadas, con perspectivas distorsionadas y fondos minimalistas que le restan profundidad al mundo visual. Además, el trazo varía notablemente entre diferentes volúmenes, lo que sugiere la intervención de múltiples artistas con distintos niveles de habilidad. A nivel narrativo, el ritmo es errático: algunas sagas se resuelven en pocos capítulos, mientras que otras se extienden sin una justificación dramática sólida; lo que genera una sensación de desequilibrio y fatiga en la lectura.
Pero el fenómeno Zeroverse no está solo. La ausencia de contenido oficial tras Dragon Ball Z generó un ecosistema de continuaciones creativas:
Dragon Ball Multiverse: Un torneo entre 20 universos paralelos con versiones alternativas de personajes (como un Vegeta superviviente de Namek).
Dragon Ball AF: Secuela no oficial que introduce a nuevos saiyans como Xicor, hijo de Goku y un Ángel.
Dragon Ball New Hope: Centrado en Pan y Bra, explora el legado de la segunda generación de guerreros Z.
Dragon Ball Kakumei: Historia alternativa post-Super: Broly, con diseños que emulan el estilo clásico de Toriyama.
Dragon Ball Yamcha Gaiden: Parodia donde un fan reencarna como Yamcha y usa su conocimiento del futuro para volverse poderoso.
Curiosamente, Toyotarō —dibujante actual de Dragon Ball Super— comenzó su carrera en doujinshis, demostrando cómo estos proyectos sirven de semillero para talentos oficiales.
Curiosidades:
Cancelación abrupta: La serie terminó en cliffhanger en 1999, sin revelar el destino del Universo Zero.
Fenómeno underground: Aunque nunca se tradujo oficialmente, versiones en inglés circulan desde 2010, atrayendo a coleccionistas.
Influencia indirecta: Vendió 500,000 copias en China continental, superando a ediciones piratas de GT y consolidándose como fenómeno cultural.
Impacto en la cultura pop: Refleja la resiliencia de los fans ante la falta de contenido oficial, inspirando mercados paralelos de cómics y merchandising.
Para coleccionistas y estudiosos de la cultura otaku en China, Dragon Ball Zeroverse ofrece una ventana única a la mentalidad de los fans en la era pre-internet y a las dinámicas de los mercados editoriales informales. Es un testimonio del ingenio y la pasión de una comunidad que, sin acceso al contenido oficial, construyó su propia narrativa. Sin embargo, quienes busquen una historia bien construida encontrarán aquí una obra desigual, donde la ambición supera a la ejecución. Como documento histórico, resulta fascinante; como manga autónomo, solo lo recomendaría a los más devotos del universo de Dragon Ball. En definitiva, esta continuación no oficial encapsula la paradoja de una generación que, privada de material oficial, decidió reescribir las reglas del fandom. Más que una simple secuela apócrifa, es un artefacto cultural que demuestra cómo el amor por una saga puede trascender fronteras, idiomas y hasta la voluntad de su propio creador.
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