En el mundo de la informática a veces uno se pregunta si no se habrá equivocado de profesión. Pasamos años aprendiendo a programar, a optimizar código, a entender sistemas complejos… y, aun así, un día entero de trabajo puede reducirse a descubrir que todo se arreglaba con un rm -rf node_modules && npm install
. Nos venden la idea de que somos arquitectos del futuro digital, pero la realidad es que muchas veces parecemos más bien chamanes tecnológicos realizando rituales de depuración a base de print()
o console.log()
en puntos estratégicos del código. Porque, seamos sinceros, ¿Es normal pasarse horas peleando con un error que al final se soluciona reiniciando? ¿Es lógico que el código funcione perfectamente… hasta que alguien lo prueba delante de ti? ¿Por qué los bugs más críticos solo aparecen cuando el cliente está mirando?
CTRL + C
y CTRL + V
desde Stack Overflow hasta producir software funcional en cuestión de minutos? ¿O que optimizar una consulta SQL que tarda 10 minutos en ejecutarse es solo cuestión de “darle una vuelta”? Mientras tanto, los proyectos avanzan a trompicones entre parches improvisados, librerías que se actualizan solas y de repente rompen todo el ecosistema y servidores que, por alguna razón casi mística, deciden morir el viernes a última hora... Justo cuando ya habías cerrado sesión y estabas a punto de disfrutar de un fin de semana sin pantallas. ¿Por qué los fallos críticos nunca ocurren en horario laboral y con un chocolate calentito recién hecho en mano? La informática se convierte así en una profesión donde el caos y la incertidumbre son la norma. Un mundo donde un simple "funcionaba en mi máquina" puede arruinar una semana entera de desarrollo y donde el tiempo estimado para solucionar un bug sigue la clásica ecuación:
Tiempo estimado x 3 + imprevistos aleatorios = Tiempo real
No es de extrañar que algunos, en plena crisis existencial, se plantearon en su día que quizá la vida de artista de circo tenga más estabilidad que trabajar en TI. Al menos allí, si fallas, la red de seguridad es literal y no una vaga promesa de recuperación ante desastres en una wiki desactualizada.
Relacionado con esto, que me he ido mucho por las ramas; esta semana mientras curioseaba entre viejas hemerotecas me topé con un recorte de periódico de octubre de 1994 que me dejó pensativo. En él se mencionaba un estudio del Instituto Nacional de Profesiones de Islandia según el cual el 49% de los informáticos de la época no estaban contentos con su trabajo y un 32% habría preferido trabajar en un circo.
Ahora bien, ¿eso significa que el 19% restante sí estaba feliz, o simplemente no encontraron una alternativa más absurda? Porque si sumamos, nos queda que más de un 80% estaba descontento, lo cual no es precisamente un dato que inspire confianza en la informática de aquellos años.
En 1994, la informática en España era un terreno en plena expansión, pero aún limitado. Internet estaba reservado principalmente para entornos académicos y, sobre todo, grandes empresas. De hecho, fue en enero de ese año cuando España se conectó oficialmente a Internet a través de RedIRIS, gestionada por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Sin embargo, el acceso doméstico era prácticamente inexistente; no fue hasta 1995 cuando Telefónica lanzó Infovía, permitiendo a más personas conectarse desde sus hogares.
Los profesionales de la informática de entonces se enfrentaban a desafíos que hoy nos resultarían arcaicos. El desarrollo de software implicaba trabajar con herramientas y entornos mucho menos amigables que los actuales. La distribución de programas se hacía mediante disquetes y las redes de comunicación eran lentas (horriblemente lentas) y poco fiables. Además, la falta de recursos como foros, tutoriales en línea o comunidades de apoyo hacía que la resolución de problemas dependiera en gran medida de la experimentación y la intuición.
Es comprensible que, en ese contexto, muchos informáticos sintieran frustración y consideraran opciones profesionales tan dispares como el circo.
¿Y ahora estamos mejor? Bueno... Supongo que depende. Hoy, aunque la tecnología ha avanzado a pasos agigantados y las condiciones laborales han mejorado, la esencia de nuestra profesión sigue implicando resolver problemas complejos y adaptarse constantemente a nuevos desafíos. Y aunque a veces podamos sentir que trabajamos en un circo por el caos y la improvisación, es precisamente esa dinámica la que nos mantiene apasionados por lo que hacemos. Eso sí, ahora podemos hacerlo en remoto, con un rico chocolatito caliente en la mano y sin depender de un disquete. Algo es algo.
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