Paperboy es una experiencia extraña y profundamente anclada en otra época. Hoy, inmersos en una
cultura digital donde todo lo que consumimos parece estar a un clic de distancia, la idea de recibir algo físico cada mañana en la puerta de tu casa suena casi como un
anacronismo. Y ni hablemos de los
periódicos, que para muchos son reliquias del pasado. Sin embargo, para quienes crecimos viendo
películas americanas de los 80 y 90, esa imagen del niño en bicicleta lanzando periódicos al porche mientras esquiva perros furiosos y coches a toda velocidad nos resulta curiosamente familiar.
Paperboy toma esa escena tan icónica del cine estadounidense y la traduce en un
videojuego que, aunque simple en su premisa, logra ser tan
caótico como adictivo.

Aunque
Paperboy fue lanzado durante las navidades de 1988 en EE. UU. y llegó a Europa un par de años más tarde (en octubre de 1990), para mí pasó mucho tiempo antes de poder
probarlo. Conocí el juego, como casi todos los de aquella época, gracias a un amigo. En este caso, era un compañero cuyo peculiar entorno familiar hacía que tuviera acceso a más juegos de
NES de los que cualquiera de nosotros podía soñar. Uno de esos juegos era
Paperboy y no tardamos en convertirlo en el centro de nuestras tardes después del colegio durante semanas. Nos juntábamos varios amigos y pasábamos horas intentando ser los mejores repartidores de periódicos del barrio... aunque generalmente fracasábamos estrepitosamente porque si algo define a
Paperboy, además de su caos desenfrenado, es su
dificultad.

En el juego tomas el papel de un joven ciclista encargado de repartir ejemplares del ficticio Daily Sun a lo largo de una calle suburbana llena de obstáculos. La misión parece sencilla: lanzar los periódicos a las casas suscriptoras (marcadas con colores llamativos y claros) mientras evitas romper ventanas o causar demasiados destrozos. Pero claro, decirlo es mucho más fácil que hacerlo. Cada día representa un nivel, desde el lunes hasta el domingo, y con cada jornada aumentan las complicaciones: más obstáculos absurdos, más caos y menos margen para errores. Si fallas al entregar un periódico o rompes algo en una casa suscriptora, perderás clientes. Y si pierdes a todos los clientes de la calle, el juego termina; pero, por otro lado, si logras entregar todos los periódicos correctamente, puedes ganar nuevos suscriptores... aunque eso también significa más presión para mantenerlos contentos.

El diseño del juego es tan simple como efectivo. La
vista isométrica le da un toque único pero también complica las cosas: juzgar distancias y posiciones puede ser frustrante al principio. Los controles tampoco ayudan demasiado; lanzar los periódicos con precisión requiere práctica y muchas veces terminarás rompiendo ventanas o golpeando cosas por accidente. Eso sí, hay algo extrañamente satisfactorio en esas travesuras accidentales: ¿Quién no disfruta viendo cómo un periódico derriba lápidas o interrumpe al vecino que está arreglando su coche? Aunque claro, esa satisfacción dura poco cuando te das cuenta de que acabas de perder otro cliente.


Originalmente diseñado como un
juego arcade (con aquel icónico controlador en forma de manillar),
Paperboy fue adaptado a la
NES con bastante fidelidad. Sin embargo, al igual que muchos juegos arcade trasladados a consolas domésticas, pierde parte de su encanto cuando se juega durante sesiones prolongadas. El objetivo principal es acumular puntos entregando periódicos y causando estragos controlados, pero el bucle jugable se vuelve repetitivo rápidamente. Para cuando llegas al
miércoles virtual ya has visto prácticamente todo lo que el juego tiene para ofrecer. La dificultad también es algo digno de mención... y no siempre por las razones correctas. Aunque el caos es parte del encanto del juego, muchas veces te encontrarás con muertes absurdas debido a la perspectiva isométrica o al diseño apretado del nivel. Obstáculos como
perros que te persiguen, neumáticos descontrolados e incluso
tornados aparecen sin previo aviso y pueden arruinar tu partida en segundos. Y luego está la
Parca (sí, literalmente la Muerte) bloqueando tu camino porque aparentemente también tiene algo contra los repartidores.
Curiosidades:
El port de Paperboy para NES fue el primer juego de la consola desarrollado completamente en los Estados Unidos, marcando un hito en la industria de los videojuegos para esa época.
En el último día del juego (domingo), los periódicos son más pesados y viajan más lento al ser lanzados. Este detalle añade un nivel extra de desafío al final del recorrido semanal del jugador.
En la versión NES se eliminaron enemigos como un ladrón entrando por una ventana y una anciana con carrito de compras, presentes en la versión arcade.
La versión japonesa menciona un supuesto secreto relacionado con lanzar un periódico mientras se presiona el botón B, aunque no parece tener efecto alguno.
Paperboy fue uno de los primeros juegos en representar un trabajo cotidiano (repartidor de periódicos), algo poco común para videojuegos de la época.
¿Es
Paperboy realmente un clásico o simplemente uno de esos juegos que recordamos con cariño y
nostalgia porque no teníamos nada mejor? Porque, siendo honestos, tras unas cuantas partidas queda claro que este chico del periódico no tiene mucho más que ofrecer aparte del caos inicial. Pero tal vez ahí radica precisamente su encanto.
Paperboy no intenta ser más de lo que es: un juego sencillo, directo y con una premisa tan absurda como divertida. No hay grandes giros argumentales, ni mundos complejos por explorar, ni mecánicas profundas que dominar. Es un
arcade puro y duro, un producto de su época que no busca trascender, sino simplemente
entretener. Y lo consigue. Porque a pesar de sus limitaciones,
Paperboy tiene algo especial. Quizás sea el caos constante de sus calles imposibles, donde un simple paseo en bicicleta se convierte en una
odisea épica llena de
perros rabiosos, coches descontrolados y vecinos con muy mala leche. O tal vez sea esa satisfacción casi infantil de lanzar un periódico y acertar justo en el buzón (o romper una ventana sin querer). O incluso el hecho de que, por muy frustrante que pueda ser, siempre te invita a intentarlo una vez más. Hay algo casi terapéutico en su repetición, en ese bucle interminable de repartir periódicos mientras esquivas la muerte (literalmente) a cada esquina.
Paperboy tiene algo que muchos juegos modernos han perdido: personalidad. Su estética caricaturesca, su humor absurdo y su dificultad despiadada lo convierten en una experiencia única porque es un juego que no se toma demasiado en serio y que, precisamente por eso, resulta tan memorable. Puede que no sea perfecto (ni mucho menos), pero es innegable que tiene un carácter propio que lo hace destacar entre los cientos de títulos genéricos de la época. El juego es un clásico y no porque sea el mejor juego de la NES ni porque haya envejecido especialmente bien, sino porque captura algo esencial sobre lo que significa jugar: divertirse sin pretensiones.
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